
Cada cierto tiempo, cuando el norte empieza a enfriarse y los días se acortan, el cielo colombiano recibe a nuevos huéspedes. Son viajeros alados que cruzan cielos, mares y montañas en busca de algo que parece sencillo pero no siempre lo es: alimento, abrigo, descanso. En ese peregrinaje silencioso, más de 200 especies de aves migratorias hacen de Colombia su paradero, aunque sea por unos meses.
No necesitan pasaporte ni documentos. Se guían por el instinto, las corrientes del aire, el cambio en la temperatura. Lo hacen cada año, como si conocieran la ruta de memoria. Vienen desde distintos rincones del continente. Y, aunque el viaje suele ser agotador, encuentran en este país un respiro: selvas húmedas, humedales urbanos, montañas boscosas, costas tranquilas. Cada uno de estos lugares cumple una función vital para su supervivencia.
Cada travesía es una hazaña en sí misma
Los científicos han estudiado sus rutas, pero ninguna infografía puede reflejar del todo lo que implica ese viaje. Algunas especies cruzan desde Canadá o Alaska, atravesando Centroamérica en una sola pasada, casi sin detenerse, hasta aterrizar en el Magdalena Medio o los Llanos Orientales. Otras vienen desde la Patagonia, buscando temperaturas menos extremas.
En promedio, son más de 150 especies las que llegan desde el norte del continente. A ellas se suman otras 23 desde el sur y al menos 25 que pertenecen a ambientes marinos. Cada grupo tiene sus propios ritmos, sus horarios, sus preferencias. Hay quienes pasan días completos sin alimentarse. Otras, en cambio, bajan a descansar en zonas verdes urbanas, sin importar el ruido o el cemento que las rodea.
Se detienen donde pueden: en el borde de un río, entre los árboles de un parque, en una ciénaga del Caribe. Su presencia es tan fugaz como poderosa. Quienes prestan atención, notan que con su llegada también aparecen más colores, otros cantos, un movimiento distinto.

Un país que ofrece más que hospitalidad
Colombia, con su topografía tan variada y sus múltiples pisos térmicos, es un escenario ideal para estas aves. No por nada es reconocido como el país con mayor número de especies en el mundo. Las cifras no lo dicen todo, pero ayudan: más de 1.900 especies habitan su territorio, y entre ellas, más de 200 no viven aquí de forma permanente, pero lo visitan cada año como parte de su ciclo vital.
Para muchas de ellas, estos paisajes representan un refugio, un lugar donde pueden recuperar energías. Pero también son hábitats que, si se pierden o se deterioran, ponen en peligro toda la cadena. Es por eso que la conservación no se plantea únicamente como un tema ambiental. Es una cuestión de responsabilidad compartida, donde cada acción —o inacción— tiene un impacto real.
Desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible se impulsan políticas que apuntan a proteger estos ecosistemas clave: lagunas, ciénagas, humedales, rondas hídricas, parques nacionales, franjas de manglar. Todo cuenta. Y cuando se preservan estos espacios, no sólo se beneficia la fauna. También mejora la calidad de vida de quienes habitan esas regiones.
Un llamado que trasciende fronteras y discursos
Las cifras globales inquietan. La organización BirdLife International ha advertido que casi la mitad de las especies de aves del planeta está en declive, y que una de cada ocho enfrenta algún grado de amenaza de extinción. Las razones son múltiples: pérdida de hábitats, contaminación, caza indiscriminada, alteraciones del clima.
En el caso de las migratorias, la situación es aún más delicada. Porque no basta con proteger un solo lugar. Estas aves necesitan una red de sitios seguros a lo largo de miles de kilómetros. Si uno de esos puntos falla, todo el recorrido se ve comprometido.
Es por eso que el enfoque debe ser regional, incluso continental. Los esfuerzos de conservación no pueden limitarse a las fronteras de un país. Tienen que sumar voces, conocimientos, acciones conjuntas. Desde organismos oficiales hasta comunidades locales, pasando por instituciones académicas, observadores de aves, turistas responsables y habitantes de zonas rurales.

Una estrategia nacional que mira hacia el 2030
Colombia no ha permanecido ajena a esta realidad. Desde hace años, viene consolidando una política específica: la Estrategia Nacional para la Conservación de las Aves (ENCA) con proyección al 2030. Este plan, que ha sido construido con la participación de más de 2.000 personas, busca fortalecer el vínculo entre las aves y las comunidades.
Uno de sus ejes es el aviturismo, una práctica que crece año tras año y que combina desarrollo económico con conciencia ambiental. Pero también se apuesta por la restauración de ecosistemas, la educación ambiental y la investigación científica.
En paralelo, el Ministerio trabaja en una base de datos oficial sobre las especies migratorias que visitan el país. Este listado permitirá tomar decisiones más precisas, diseñar corredores ecológicos, adaptar políticas locales. Todo suma cuando se trata de mantener a salvo a estos viajeros silenciosos.
Qué dicen las aves migratorias sobre nosotros
Observar aves no es solo un pasatiempo. Científicos y organizaciones ambientalistas, como Greenpeace Colombia, también consideran que es una forma de leer el estado de los ecosistemas. Cuando una especie deja de aparecer en una región, suele ser señal de que algo está fallando. Por eso, su presencia en parques urbanos, humedales o reservas naturales no es un dato anecdótico. Es un indicador de salud ambiental.
Cuidarlas, entonces, no se trata solo de ellas. Se trata de nosotros. De cómo habitamos el mundo. De cómo aprendemos a compartir los espacios. De qué legado dejamos para quienes vienen después.
Porque cuando una reinita del norte cruza todo el continente y llega hasta una laguna en el Chocó, lo hace sin saber que su viaje también nos cuenta una historia. Una que vale la pena escuchar.