Murió Pupy, la elefanta porteña que conoció la libertad antes de morir

Primer plano en blanco y negro de colmillos de elefante

Después de pasar más de treinta años encerrada en el exzoológico de Buenos Aires, Pupy murió en un santuario de elefantes en Brasil. Su historia marcó un antes y un después en la mirada sobre los animales en cautiverio.

Durante décadas, Pupy fue parte del paisaje del viejo zoológico de Buenos Aires. Una figura enorme y silenciosa, moviéndose con lentitud en un recinto de cemento que no llegaba a los cincuenta metros. Para muchos visitantes era una curiosidad; para quienes la conocían de cerca, era una herida abierta. Había llegado joven desde África y envejeció entre rejas, bajo un cielo que apenas podía ver.

Su historia cambió en abril de este año, cuando finalmente fue trasladada al Santuario de Elefantes de Chapada dos Guimarães, en Mato Grosso, Brasil. El operativo fue seguido por miles de personas en redes y noticieros. Era el símbolo de algo más grande: la posibilidad de que un animal condenado al encierro pudiera conocer, al fin, la libertad. Pero seis meses después, la noticia de su muerte volvió a conmover.

“Murió Pupy. Después de casi seis meses de libertad”, confirmó con tristeza Scott Blais, director del santuario. “Fue poco tiempo, pero aquí volvió a ser una elefanta. Exploró, comió lo que quiso, se bañó bajo la lluvia. Pudo sentir la naturaleza por primera vez”.

Las marcas del cautiverio

Aún no se conocen los resultados finales de la necropsia, pero quienes la cuidaron no tienen dudas. “Las verdaderas causas están en los años de encierro. Las cicatrices del cautiverio no se borran”, explicó Tom Sciolla, director de la Fundación Franz Weber, que gestionó su traslado desde Buenos Aires. Pupy padecía cólicos crónicos, una secuela habitual en elefantes que pasan años sin movimiento y con una dieta forzada.

“No encontraron nada grave hasta ahora, pero sí un cuerpo castigado”, agregó Sciolla. “El cautiverio las destruye. Aunque se las cuide, el encierro las enferma. En esos meses de libertad, Pupy recuperó algo de sí misma. Eso nos da consuelo”.

Un adiós acompañado

“Fue una despedida tranquila, llena de respeto. Ella sabía. Pupy nos enseñó más de lo que imaginamos. Su partida nos obliga a repensar qué entendemos por conservación. No hay justificación posible para el sufrimiento tras una reja”, escribió desde Buenos Aires la activista Isabel de Estrada.