
La Amazonía, ese pulmón verde que respira sobre gran parte de Sudamérica, vuelve a situarse en el centro de la atención global mientras el mundo se prepara para la COP30 en Belém, Brasil. Este bosque tropical, hogar de miles de especies y de millones de personas, se enfrenta a un ritmo de degradación que alarma a científicos y gobiernos. Sus ríos caudalosos, su follaje interminable y su biodiversidad única están bajo presión, y las decisiones que se tomen en noviembre marcarán el destino de uno de los ecosistemas más valiosos del planeta.
Extensión y vida en la Pan-Amazonía
La Pan-Amazonía se despliega a lo largo de 8,3 millones de kilómetros cuadrados, cruzando Brasil, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guyana, Surinam y Guayana Francesa. En esta vasta superficie habitan casi 47 millones de personas, muchas de ellas en comunidades que dependen directamente de los recursos forestales y hídricos. Además de contener el 20 % del agua dulce superficial del planeta, la región sostiene un entramado de ríos, suelos fértiles y bosques que regulan el clima. Pero cada kilómetro de selva perdido deja una huella sobre las comunidades y la vida silvestre que habita allí, un recordatorio de que nada en este vasto territorio es independiente de lo que lo rodea.

Emisiones, deforestación y minería ilegal
Las amenazas se presentan de formas diversas según cada país. En Perú, la tala ilegal avanza a pasos acelerados; en Venezuela, la extracción de coltán crece sin control; Ecuador ve cómo los cultivos de palma ocupan antiguos bosques; y en Colombia, los cultivos ilícitos ejercen presión constante sobre los ecosistemas. Entre 2021 y 2025, la selva perdió más de 165.600 km², casi la extensión total de Uruguay. Brasil concentra el 83,3 % de esta deforestación, y Bolivia un 6,6 %. Cada árbol caído, cada río contaminado, aumenta las emisiones de carbono y debilita la resiliencia del bosque frente al cambio climático.
Amazonía Legal y sus desigualdades
La Amazonía Legal brasileña, con sus 5 millones de kilómetros cuadrados, alberga nueve estados y más de un millón de kilómetros cuadrados de territorios indígenas. Sin embargo, esta extensión no se traduce en bienestar. En la región viven 28,3 millones de personas, con apenas 5,3 habitantes por kilómetro cuadrado, y la pobreza afecta al 36,2 % de la población. Aunque la región cubre el 59 % del territorio brasileño, su aporte al PIB es solo del 10,1 %. Aun así, genera 1.100 millones de toneladas de CO₂ equivalente al año, casi la mitad de las emisiones del país, concentradas donde los bosques han sido talados o degradados.
Minería y agricultura como fuerzas transformadoras
La minería impulsa transformaciones visibles y profundas. Entre 2000 y 2023, las explotaciones mineras crecieron hasta 3.300 km², de los cuales 2.700 km² corresponden a actividades ilegales, un aumento del 216 % desde el año 2000. Esta actividad contamina ríos con mercurio, afecta suelos y pone en riesgo a comunidades ribereñas. La agricultura intensiva también acelera la deforestación: los cultivos de soja y maíz se triplicaron en dos décadas, y el ganado pasó de 47,2 a 104,8 millones de cabezas. Cada hectárea convertida en monocultivo o pastizal deja atrás un ecosistema reducido y frágil, y con él, especies que desaparecen silenciosamente.

Belém: ciudad anfitriona de la COP30
Belém llega a la COP30 con marcados contrastes. Su PIB per cápita es de 3.995 dólares, menos de la mitad del promedio brasileño, y el 57,2 % de la población vive en favelas. La ciudad también registra altos niveles de contaminación del aire y deficiencias en servicios básicos: solo el 67,1 % de los hogares tiene agua corriente y 59,9 % conexión a cloacas. Aun así, Belém ha recibido inversiones por 1.300 millones de dólares en infraestructura, movilidad y saneamiento, distribuidas en 38 proyectos que buscan mejorar la calidad de vida y reducir desigualdades. Durante la COP30, la ciudad será sede de representantes de 198 países, que discutirán financiamiento climático, adaptación, transición justa, tecnología, género, pueblos indígenas y planes nacionales de acción. Belém será así un símbolo de la tensión entre urgencia ambiental y justicia social en la Amazonía.
Según alertaron diversas organizaciones ambientalistas, como Greenpeace Colombia, la Amazonía enfrenta un momento crítico: su pérdida de bosques, la minería ilegal y la expansión agrícola siguen provocando emisiones récord y reduciendo biodiversidad, mientras millones de personas dependen de su equilibrio ecológico. La COP30 llega como una oportunidad, pero también como un desafío: decidir cómo proteger este pulmón verde del planeta y garantizar la supervivencia de quienes viven y dependen de él.