
Cuando en 1946, un grupo de empresarios argentinos “importó” castores canadienses para desarrollar la industria peletera en Tierra del Fuego, nadie imaginó que estos animales se convertirían en una plaga que causaría un desastre ecológico en toda la región patagónica. Al no contar con depredadores naturales, los castores se comenzaron a reproducir sin control, cruzando ríos y hasta la propia cordillera para expandirse al territorio chileno.
Y si bien pueden resultar simpáticos, estos roedores son una de las especies invasoras más destructivas. Cada uno de ellos puede talar decenas de árboles al año. Pero además, con los árboles construyen presas que modifican de forma drástica los cursos de agua de la zona.
De este modo, los bosques nativos fueguinos, formados por especies como la lenga y el ñire se vieron sorprendidos por esta especie que altera sus ciclos naturales y contra la que no tienen ningún tipo de resistencia. ¿Cuál ha sido el resultado? Áreas enteras de bosque muerto, cursos de agua estancados y hábitats destruidos.
Según estudios científicos llevados a cabo por el Centro Austral de Investigaciones Científicas, dependiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), más del 90% de los ríos de la Isla Grande de Tierra del Fuego han sido alterados por la presencia de los castores. Y, solo si se actúa pronto, la restauración de estos hábitats podría tomar décadas y costar millones de dólares.
Castores que destruyen ecosistemas
El instinto natural de los castores los lleva a construir diques que poco a poco van bloqueando el flujo natural de ríos y arroyos. Esto a su vez va formando lagunas que inundan los bosques que se encuentran a su alrededor. Al tratarse de especies que no están hechas para sobrevivir bajo estas condiciones, terminan muriendo asfixiados por la acumulación de agua.
Esto produce un efecto en cadena que altera toda la biodiversidad del lugar. Lo padecen de igual forma los peces, los anfibios, las aves y hasta los pequeños insectos, que ven cómo sus hábitats naturales se van convirtiendo en humedales artificiales y mucho menos diversos.

Por otro lado, el colapso de estos bosques también altera el ciclo del carbono. No solo porque mueren los árboles, sino porque su descomposición bajo el agua libera grandes cantidades de metano y dióxido de carbono, dos gases de efecto invernadero. Así, la presencia de castores no solo afecta a la flora y fauna local, sino que también contribuye al cambio climático global.
Finalmente, la alteración de los ríos y arroyos afecta la calidad del agua y genera una erosión exhaustiva de los suelos, por lo que pierden su capacidad de absorción. El clima frío de Tierra del Fuego empeora aún más las condiciones, haciendo que los cambios sean irreversibles a menos que se remueva de forma total a la especie invasora.
El problema de que no haya depredadores
En su hábitat original, el castor tiene depredadores que ayudan a mantener sus poblaciones bajo control. Desde lobos y osos, hasta coyotes y aves rapaces como el águila. Pero en Tierra del Fuego, esos predadores no existen. Esto permitió que los castores se multiplicaran sin freno durante décadas.
Hoy en día se estima que existen ¡más de 100 mil ejemplares! Incluso dentro de áreas protegidas como los parques nacionales. Y al tratarse de una especie con una gran capacidad de adaptación, pueden trasladarse varios kilómetros a través del agua cuando un bosque se agota. A esto se uma que tienen una tasa reproductiva bastante alta: una pareja puede tener hasta cinco crías por año, y sus descendientes se vuelven reproductivos al segundo año de vida.
Trabajo en conjunto para poner un freno a los castores

En 2008, Argentina y Chile firmaron un acuerdo para controlar y erradicar los castores de Tierra del Fuego. Se trata de uno de los primeros programas conjuntos entre dos naciones para eliminar una especie invasora. Para lograr este objetivo, los expertos han llevado a cabo estudios biológicos y censos de los animales, así como también diversos mapas de distribución para saber exactamente dónde se encuentran.
La meta está clara: recuperar los ecosistemas afectados y evitar que la especie invasora colonice todo el continente. Para lograrlo se utilizan estrategias como las trampas selectivas, el monitoreo con cámaras trampa y la eutanasia ética. Pero lamentablemente, la falta de financiamiento ha hecho que el plan no pueda implementarse al cien por ciento.
Advertencia para el futuro
El caso de los castores debería servir de ejemplo para otras naciones sobre las terribles consecuencias de importar especies invasoras. Organizaciones ambientalistas como Greenpeace Chile abogan por el control del tráfico de especies alrededor del planeta. En Chile existen otros casos reconocidos, como el del jabalí, la trucha o el alga didymo.
Por eso es fundamental que los controles en las fronteras sean más exhaustivos, y que el presupuesto para quienes llevan a cabo estas tareas no disminuya. Los castores han demostrado que prevenir nuevas invasiones siempre será más fácil y económico que lidiar con sus efectos. Además, es clave la educación ambiental para que cada ciudadano comprenda los impactos que pueden tener sus acciones.
