
Durante más de un siglo, se creyó que el Tacaé del Sur había sido víctima de la extinción. Así lo había declarado un grupo de exploradores europeos del siglo XIX. Desde ese entonces, solo sobrevivió en el relato de los maoríes, como una especie de fantasma de la naturaleza. Con el tiempo, la falta de avistamientos confirmó esa idea.
Pero en 1948, la especie que parecía haber desaparecido de los mapas de Nueva Zelanda reapareció en las montañas de Murchison, en la Isla Sur. El hallazgo de ejemplares vivos marcó un antes y un después en la historia de la conservación en Oceanía y el mundo, ya que el Tacaé dejó de ser un recuerdo para convertirse en un símbolo de lo que es posible lograr cuando las comunidades, los científicos y las organizaciones ambientalistas como Greenpeace o The Nature Conservancy trabajan en conjunto.
Su regreso generó una luz de esperanza en otras partes del planeta. Fue la muestra de que incluso aquellas especies que parecen condenadas a desaparecer pueden “volver a la vida” si existe el compromiso y las estrategias de conservación adecuadas.
¿Cómo fue la lucha del Tacaé del Sur contra la extinción?
El Tacaé del Sur es un ave incapaz de volar. Esto la convierte en una presa fácil para los mamíferos invasores que introdujeron los colonizadores europeos cuando llegaron a sus tierras. A lo largo de varias décadas, los hurones, los gatos salvajes y las ratas redujeron drásticamente sus posibilidades de supervivencia.
Sin la intervención humana, la especie estaba destinada a desaparecer para siempre. Pero al enterarse de que aún existían individuos en algunas zonas del país, el gobierno neozelandés decidió lanzar un programa de recuperación pionero en el mundo, creando santuarios libres de depredadores y trasladando ejemplares a islas seguras.
Además, se pusieron en marcha planes de cría en cautiverio, aplicando técnicas de reproducción asistida y monitoreo genético para asegurar la diversidad genética. Este esfuerzo (que involucró al Estado, la comunidad científica y la sociedad en su conjunto) finalmente logró resultados visibles: Hoy en día, el Tacaé cuenta con alrededor de 500 individuos en libertad.

Y si bien sigue tratándose de un número bajo, el crecimiento sostenido de la especie demuestra que, cuando se trabaja con ahínco, saber científico y visión a largo plazo, es posible revertir la pérdida de especies en peligro de extinción.
La importancia del Tacaé para la cultura maorí
El regreso del Tacaé a tierras neozelandesas no solo es importante desde un punto de vista biológico, sino que además representa una victoria cultural. Esto se debe a que, para la tribu Ngāi Tahu, las plumas verdeazuladas de esta ave tienen un profundo significado espiritual. Durante los más de cien años en que se la creyó extinta, esta comunidad perdió parte de su identidad y de su conexión con la tierra.
Es por eso que, con su retorno, la tribu ha recuperado un vínculo ancestral, que fortalece sus tradiciones, da nueva vida a sus relatos transmitidos de generación en generación y les devuelve a un símbolo importantísimo de su herencia cultural.
Este es un claro ejemplo de cómo la conservación, no solo es capaz de rescatar especies amenazadas, sino también de revitalizar y proteger el patrimonio cultural de un pueblo. Como sucede en varias partes del mundo, los pueblos originarios consideran a los animales como parte de sus cosmovisiones y piezas clave de su identidad colectiva.
La resiliencia del Tacaé del Sur
Diversos estudios paleontológicos muestran que el Tacaé del Sur existe desde el Pleistoceno. Esta ave ha logrado sobrevivir a glaciaciones, cambios climáticos extremos y alteraciones de sus ecosistemas. Y cuando todo indicaba que no podría resistir la intervención del hombre, el hallazgo de poblaciones que lograron sobrevivir es evidencia de su capacidad de resistencia ante la adversidad.
Los científicos ven en esta especie un ejemplo de cómo funciona la adaptación. Y es que, a pesar de haber evolucionado durante miles de años, esta ave tuvo serios problemas para resistir las consecuencias de la introducción de animales invasores introducidos por el ser humano. ¿Qué significa esto? Que la biodiversidad no desaparece por falta de resiliencia, sino por los impactos descontrolados desencadenados por las acciones del hombre.

Sin embargo, el caso del Tacaé también es una prueba de que, con voluntad política y colaboración científica, es posible revertir las tendencias negativas. Pero lamentablemente, no se trata de una victoria definitiva. Las amenazas siguen ahí: el cambio climático es un enemigo implacable, y lo que se obtuvo en décadas de trabajo podría perderse de un día para otro a menos que se mejoren las políticas de conservación.