
Uno de los momentos que mejor muestran cómo el papa Francisco entiende la crisis climática fue en 2015, cuando celebró una misa en Tacloban, Filipinas, en medio de una lluvia intensa. Vestido igual que la multitud, con un poncho amarillo de plástico, vivió de primera mano lo que los científicos describen como fenómenos extremos cada vez más comunes en zonas frágiles.
Francisco había viajado a Leyte para acompañar a los sobrevivientes del tifón Haiyan, que en 2013 arrasó la región con vientos que superaron los 300 kilómetros por hora. El desastre dejó más de 7.300 muertos y obligó a millones a desplazarse. Dos años después, otra tormenta obligaría al papa a acortar su visita. Pero la marca que le dejó Tacloban sería mucho más duradera.
Ese día, el pontífice no habló demasiado. Se quedó en silencio, observando la devastación. Sin embargo, no se olvidó de lo que vio: meses más tarde, esas imágenes encontrarían eco en Laudato Si’, su encíclica dedicada a la protección del planeta.
Una carta que sacudió conciencias
Laudato Si’ no fue una encíclica más. Francisco escribió allí que cuidar la Tierra era una obligación moral. Criticó el modelo económico que explota la naturaleza en nombre del lucro, y advirtió que las mayores víctimas de esta crisis son siempre los más pobres.
El documento tuvo un impacto notable. Líderes políticos, científicos y movimientos sociales recogieron su llamado. La encíclica reforzó además su perfil de pastor que entiende que la fe no se puede separar de los grandes problemas del mundo.
Según Austen Ivereigh, uno de sus biógrafos, Francisco siempre vio en el cuidado de la creación una manera de reparar el vínculo roto entre Dios, la humanidad y la naturaleza.
En Tacloban, aquel día de la misa bajo la lluvia, su mensaje fue simple y poderoso: «Muchos de ustedes lo han perdido todo. No tengo palabras».
El giro que empezó en Brasil
Francisco no siempre tuvo una conciencia ambiental tan clara. Él mismo contó que en 2007, durante la Conferencia de Aparecida, empezó a ver las cosas de otra manera.
En esa reunión de obispos latinoamericanos, le tocó redactar el documento final. Al principio, confiesa, no entendía por qué se hablaba tanto de la Amazonía. Incluso llegó a pensar que exageraba. Pero al escuchar los relatos de los obispos brasileños, su perspectiva cambió.
El texto final denunció el saqueo de los recursos naturales, alertó sobre el deshielo de los glaciares y defendió la biodiversidad como parte del plan divino. Esas ideas germinaron en Laudato Si’ y también en el Sínodo del Amazonas, que convocó años después.
Más que naturaleza: una causa integral
Para Francisco, el problema ambiental no es algo aislado. Lo ve como una síntesis de los dramas que afectan a la humanidad: pobreza, migración forzada, desigualdad, exclusión.
El cardenal Michael Czerny, su colaborador en temas ecológicos, habla de «ecología integral». Es decir, un modo de pensar donde el respeto al ambiente está ligado a la dignidad de las personas y al bienestar colectivo.
«Todo está conectado», insiste el papa cada vez que puede.
Una causa que se profundiza
Aunque Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI ya habían hablado de ecología, Francisco llevó el tema a otro nivel. Con Laudato Si’ y después con Laudate Deum, publicado en 2023, dejó claro que la crisis ambiental no es solo un asunto de datos científicos: es una herida ética y social.
En su último documento, no dudó en señalar a los grandes contaminadores, criticando incluso a quienes, dentro de la Iglesia, minimizan el impacto humano en el calentamiento global.
«Francisco entiende el drama del mundo porque lo mira desde las periferias», resume Ivereigh. Y desde ahí, su voz resuena con más fuerza.