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Joven sosteniendo una hoja frente a su rostro como símbolo de conexión con la naturaleza y defensa del medio ambiente.

Durante décadas, la lucha ambiental y la defensa de los derechos de las mujeres caminaron por sendas paralelas. Hoy, una nueva generación de activistas los entrelaza con fuerza. 

Todo comenzó con una escena que, aunque breve, dijo mucho. Durante una audiencia pública en Brasil, aliados del ex presidente Jair Bolsonaro atacaron verbalmente a Marina Silva, ministra de Medio Ambiente.Le exigieron sumisión.Ella, lejos de ceder, respondió: “No soy una mujer sumisa”. En ese cruce se cristalizó algo más profundo: para muchas mujeres, la violencia contra la naturaleza y la violencia de género no son fenómenos aislados.Son dos caras del mismo modelo.

Una raíz común

El ecofeminismo no es nuevo, pero hoy cobra renovada vigencia. Surgido en los años 70, este enfoque sostiene que la explotación del medio ambiente y la opresión de las mujeres comparten raíces: una lógica de dominación, conquista y despojo.En América Latina, la historia lo confirma.Durante la dictadura militar brasileña, el Estado arrasó comunidades indígenas para avanzar sobre la Amazonía, mientras extendía la violencia de género como parte de su control social.Esa doble herida sigue abierta.

Lo que cambia ahora es la urgencia.El cambio climático ya no es una amenaza futura: incendios, sequías y olas de calor devastan regiones enteras. Frente a eso, cientos de mujeres están alzando la voz desde sus territorios. No solo exigen presencia en las negociaciones climáticas: quieren transformar el sistema que originó esta crisis.

Una de las protagonistas de dicho modelo expresó a medios locales: “No estamos aquí por casualidad. La crisis climática es el resultado de un sistema que rompió su vínculo con la Tierra. Necesitamos una salida que reconozca esa fractura y la repare”.

Voces desde el corazón del bosque.

Patricia Gualinga lleva años resistiendo el avance del petróleo sobre los territorios indígenas de Sarayaku. Sabe que cuando llega la industria, no sólo se contamina el suelo: también aumentan la violencia sexual, la prostitución y el alcoholismo. Las mujeres, encargadas del cuidado del agua y los alimentos, cargan con el costo más alto.

Aun así, no se quedan quietas.Gualinga y otras activistas formaron la red Mujeres Amazónicas Defensoras de la Selva. Reforestan, cuidan semillas, crean emprendimientos ecológicos y llevan sus denuncias a instancias internacionales. Su idea del “Bosque Vivo” plantea que la selva no es un recurso: es un ser con derechos propios, una comunidad más entre las comunidades.

¿Y si el desarrollo fuera otra cosa?

La pregunta que recorre todo este movimiento es incómoda: ¿y si el desarrollo, tal como lo entendimos hasta ahora, fuera parte del problema? En Sudáfrica, la activista Zukiswa White trabaja con comunidades desplazadas por minas y petroleras. “Nos vendieron una idea de progreso que solo trajo despojo.Pero la gente está despertando.No queremos más promesas: queremos otro modelo de vida”, afirma.

Esa otra forma de vivir se construye desde abajo. Pequeños proyectos de soberanía alimentaria, cooperativas de energía comunitaria, sistemas de cuidado colectivos.Para muchos, parecen gestos menores.Pero Lake responde: “Sumá mil de esos proyectos, y vas a ver una red viva de soluciones reales”.

Lo personal es político. Y también climático

Ayshka Najib, joven activista de Emiratos Árabes Unidos, lo entendió de golpe cuando, a los 14 años, sobrevivió a una inundación histórica en la India. El agua no solo arrasó casas: sembró el miedo. Hoy trabaja con la ONU para que la transición ecológica en Medio Oriente tenga perspectiva de género. Porque cuando escasean el agua y la pesca, son las mujeres quienes primero pierden el sustento y, con él, su autonomía.

Najib lo dice sin rodeos: “El mismo sistema que destruye la Tierra es el que limita los derechos de las mujeres.Hay que cambiarlo todo”.

Derechos para la naturaleza, no solo para los humanos

El ecofeminismo también camina junto al movimiento por los derechos de la naturaleza. Desde Ecuador hasta la India, crece la idea de reconocer legalmente a ríos, bosques y montañas como sujetos con derechos.Esto no es una metáfora.En Perú, una cuenca contaminada por décadas de petróleo ahora puede acudir a la Justicia gracias a esa figura legal.

WECAN impulsa esta perspectiva en sus encuentros internacionales.Su próxima Asamblea de Mujeres por la Justicia Climática reunirá a líderes indígenas, científicas, políticas y campesinas de más de 50 países. La consigna es clara: construir, desde la base, otro mundo posible.

Un movimiento que no se llama

Mientras algunos gobiernos recortan políticas ambientales y derechos de las mujeres, este movimiento avanza.No con grandes anuncios, sino con persistencia.Con la convicción de que cuidar la Tierra y cuidar a las personas es una misma tarea.“No estamos salvando al planeta.Estamos reconstruyendo una relación que fue rota”, resume Lake.