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Representación del planeta Tierra como una esfera cubierta de basura y desechos, sobre un fondo negro que resalta la crisis ambiental global.

El calor intenso que afecta actualmente a Chile no solo sorprende por su intensidad, sino que también levanta una señal de alerta sobre los cambios más profundos que está experimentando el clima del país. La Dirección Meteorológica de Chile (DMC) informó recientemente que las temperaturas en las zonas central y sur alcanzarán los 33 grados Celsius, un valor poco habitual para esta etapa final del verano austral. Pero lo que más inquieta no es la cifra aislada, sino la tendencia: se anticipan registros de 32 grados para el fin de semana y se espera que el próximo martes los termómetros lleguen a los 34 grados.

Frente a este panorama, el organismo meteorológico activó una alerta por riesgo moderado que abarca desde la Región Metropolitana de Santiago hasta el Biobío, lo que incluye un amplio tramo del territorio nacional y una significativa densidad poblacional. Este fenómeno ocurre en un contexto en que el verano debería estar dando paso al otoño, estación que comienza oficialmente el 20 de marzo con el equinoccio, momento en que la duración del día y la noche se iguala.

No obstante, la transición esperada hacia temperaturas más bajas no se ha materializado como en años anteriores. El calor persiste, sobre todo durante el día, desdibujando el comportamiento climático que históricamente ha caracterizado esta época del año.

Cambio climático y un verano que ahora llega antes y se va después

El climatólogo Raúl Cordero, profesor del Departamento de Física de la Universidad de Santiago, advierte que los registros de la DMC revelan un fenómeno cada vez más evidente: el verano se ha extendido. Según explica, en las últimas décadas, la estación cálida en la zona centro-sur se ha alargado aproximadamente un mes más en comparación con épocas pasadas. Esto significa que las altas temperaturas comienzan antes de lo que solía ser el inicio astronómico del verano y se prolongan más allá de su cierre tradicional, marcado por el equinoccio de otoño.

Este cambio no es una mera anomalía pasajera, sino una manifestación concreta de una transformación estructural. Para Cordero, lo que se observa es una alteración en la secuencia de las estaciones, en la cual el verano está ocupando el lugar que antes correspondía a la primavera y el otoño. Esta tendencia refleja, a su juicio, cómo el calentamiento global está modificando el equilibrio estacional.

El calor ya no es una excepción, sino una nueva norma

Como ejemplo de esta evolución, el académico menciona un dato revelador: durante el año 2024, la ciudad de Santiago experimentó más de 90 días con temperaturas que superaron los 30 grados Celsius. Esta cifra representa el doble de lo que normalmente se consideraba esperable para un año promedio en la capital. Lo que antes era una marca inusual, ahora se está convirtiendo en una constante.

Este incremento en los días calurosos no solo tiene implicancias para la comodidad de las personas, sino también para la infraestructura urbana, los ecosistemas y la salud pública. Las olas de calor prolongadas pueden afectar el abastecimiento de agua, incrementar el riesgo de incendios forestales y poner presión sobre los sistemas de salud, particularmente en los grupos más vulnerables.

El fenómeno de El niño costero y su influencia regional

Otro factor que podría estar vinculado a este verano especialmente caluroso en Chile es el fenómeno conocido como El Niño costero. De acuerdo con Cordero, durante un período de aproximadamente seis semanas se desarrolló con inusitada rapidez un evento de este tipo, caracterizado por un calentamiento anómalo de las aguas en la costa del Pacífico, particularmente en las zonas de Ecuador y Perú.

Este calentamiento inusual tiene efectos más allá del área inmediata donde se origina. En el caso de Chile, Cordero sostiene que puede haber contribuido a que las temperaturas veraniegas hayan sido más altas de lo previsto. Además, este mismo fenómeno también explicaría las precipitaciones superiores al promedio registradas recientemente en territorio argentino.

La transformación del clima obliga a repensar las estaciones

La simultaneidad de altas temperaturas en Chile y lluvias intensas en Argentina no debe ser vista como una simple coincidencia climática. Organizaciones ambientalistas, como Greenpeace Chile, han destacado que ambos eventos pueden estar conectados por procesos atmosféricos de gran escala que están siendo intensificados por el cambio climático. En este sentido, lo que está ocurriendo no es solo un verano excepcional, sino una señal de que las estaciones están perdiendo sus contornos tradicionales.

Cordero señala que el calentamiento global está provocando una especie de canibalización estacional, en la que el verano se está expandiendo a costa de la primavera y el otoño. Esto no solo altera la percepción que se tiene del paso de las estaciones, sino que también cambia los ciclos naturales sobre los que se estructura la vida cotidiana, desde la agricultura hasta el calendario escolar.

El desafío de adaptarse a una nueva realidad climática

Frente a estos cambios, se vuelve urgente revisar las políticas públicas y los planes de adaptación climática. La prolongación del verano no solo implica más días de calor, sino que transforma el modo en que las ciudades, los sectores productivos y la ciudadanía deben prepararse para un clima cada vez más extremo y menos predecible.

La experiencia reciente, con temperaturas por encima de los 30 grados en pleno marzo, demuestra que ya no basta con mirar el calendario para saber qué estación del año estamos viviendo. El clima ha comenzado a marcar su propio ritmo, uno que desafía las previsiones y exige respuestas más rápidas y estructurales.

Los veranos más largos y calurosos no son una simple curiosidad meteorológica, sino un síntoma visible de un fenómeno global que está dejando huella en la vida diaria de millones de personas. Y en Chile, como en tantas otras partes del mundo, esa huella ya se está sintiendo con fuerza.